SOY EXPRESIDIARIO, ¿Y AHORA QUÉ?
- Cecilia Viejo
- 3 jun 2017
- 4 Min. de lectura
España es uno de los países con mayor número de reclusos por población. En Aragón, la masificación de las cárceles está en el 168%. El preso que sale de la cárcel no tiene mayor ayuda que las asociaciones que se dedican a reinsertar a los ex-reclusos. Asociaciones sin ánimo de lucro como PRIPALI, u otras con más historia como Pastoral Penitenciaria, pero que para estas personas son el puente entre la cárcel y una segunda oportunidad. El camino de vuelta a la sociedad es difícil, pero posible como cuentan las historias de Roberto e Hipólito.
Cuando un preso sale de la cárcel, inicia un proceso de reinserción en la sociedad para el cuál muchas veces ni él ni la sociedad están preparados. Un complejo camino cuya meta es que la persona que ha delinquido y ha sido castigada por ello obtenga las herramientas necesarias para reintegrarse en la sociedad. España es el tercer país Europeo con mayor número de presos por población, con un total de 60.203. Por cada 100.000 habitantes, según Instituciones Penitenciarias, hay 131 presos. En su mayoría hombres, frente a las mujeres que representan un 7,5% de la poblacición reclusa. Es uno de los estados miembros con más presos de la Unión Europea, únicamente superado por Reino Unido con unos 85.000 aproximadamente y Alemania con poco más de 67.000 reclusos.
“Allí el mundo es gris. Que venga un asistente social, te de una caja de colores y te diga vamos a pintar puede serlo todo”. Roberto López (Zaragoza, 1969) es uno de esos pocos afortunados que ha podido tener una segunda oportunidad. Gracias a su cuñado trabaja desde que salió de prisión hace un mes en una empresa de recogida de residuos orgánicos. Cumplió 6 años del total de una condena de 8 por su buena conducta y trabajo en la cárcel. “Soy ejemplo de una de esas personas que no ha tenido nunca contacto con el mundo de la delincuencia, he tenido una vida normal, hasta los 30 no conocí el mundo de la droga. Por tanto, he salido de prisión y sólo me he puesto a hacer lo mismo que sabía hacer antes”, afirma Roberto, que ve el futuro con posibilidad y da “gracias al mundo todos los días”.
Caso contrario es de Hipólito Pradas (Ciudad Real, 1961). Ha pasado un total de 25 años en prisión, saliendo y entrando por su reincidencia. Desde muy pequeño estuvo inmerso en el mundo de la delincuencia y de las drogas. Es uno de esos supervivientes al “caballo” de los 80, algo que aventuran las arrugas de su rostro. “Yo nunca he sabido hacer otra cosa. Salía de la cárcel, y no tenía nada y a nadie, pues me ponía pistola en mano a robar otra vez”. Sin embargo Hipólito es ahora una persona totalmente nueva: le gusta leer, escribir, estudiar y practicar el Reiki. “Lo que me hizo cambiar fue conocer a una persona que me hizo ver la luz, Estela Millán, que me enseñó hace tres años que era eso del Reiki a través de un taller dentro de prisión y creyó en mí. Antes no lo habría conseguido. Para Instituciones Penitenciarias solo somos un negocio, no nos reinsertan”. Hipólito cuenta que aún se agobia cuando tiene que realizar pequeñas labores, porque “claro, la vida no es la misma ahora que hace 25 años”.
Yo nunca he sabido hacer otra cosa.
Salía de la cárcel, y no tenía nada
y a nadie, pues me ponía pistola
en mano a robar otra vez.
La Agrupación de los Cuerpos de Administración de Instituciones Penitenciarias de Aragón (ACAIP), el sindicato mayoritario entre los funcionarios de prisiones de España, cifran en un 168% el nivel de masificación de las cárceles aragonesas actualmente, frente a la media nacional que se sitúa en un 138%. De los tres centros penitenciarios el más grande es el de Zuera, con 1.400 internos repartidos en 1008 celdas. El personal carcelario ronda los 500 empleados. En la cárcel de Daroca hay un total de 328 internos repartidos en 230 celdas y el personal asciende a 250 trabajadores. Finalmente, la cárcel de Teruel cuenta con un centenar de celdas y 211 internos, y con una plantilla de 123 trabajadores.
En las cárceles aragonesas, además de la escuela de Daroca, se desarrollan talleres de diversa índole: carpintería, dibujo, pintura… Julia Sancho fue profesora en 2013 de la escuela, pero “el problema es que estos talleres son remunerados, entonces los presos abandonan su educación porque necesitan mandarles dinero a sus familias”. “La escuela es una vía muy importante para la reinserción, porque que otra vía de reinserción como tal no existe”, afirma Sancho. En nivel de educativo de las cárceles españolas es muy bajo, la mayoría de los que han estudiado solo han acabado los estudios primarios, por lo que “la escuela les proporciona un título, algo con lo que acceder luego a un trabajo”.
En Zaragoza la ayuda de la Iglesia es una de las claves para que las personas que salen de prisión tengan dónde acudir. “Nuestra labor consiste en ayudar a las personas que se encuentran en la situación de reclusión. Intentamos que realmente se aplique esa reinserción social con nuestros propios medios”, explica Isabel Escartín, delegada en Zaragoza de Pastoral Penitenciaria. Alrededor de un 30% de los presos que salen en libertad vuelven a estos centros. “Esto ocurre, por un lado, porque las cárceles les llenan de rencor y odio, no se aplica bien el término de la reinserción. Por otro lado, una vez han vuelto a la sociedad, no saben cómo rehacer su vida”, afirma Escartín.
La escuela es una vía muy
importante para la reinserción,
porque que otra vía de
reinserción como tal no existe.
Mariano Felipe Juste es el presidente de PRIPALI (Primeros Pasos Para la Libertad), una asociación sin ánimo de lucro que trabaja directamente con el preso. Para Juste el problema es que para Instituciones Penitenciarias el preso es un mero negocio. Es la única asociación de Aragón que tiene contacto de manera tan directa con el preso: “Si el proceso no empieza dentro, con alguien que te habrá un poco los ojos, no tienes posibilidad. La gente pierde las familias allí dentro. No es que la reinserción no funcione, es que el sistema no funciona. Cuando un preso sale no tiene a nadie”. El mayor rechazo de la sociedad hacia el preso es porque ha cometido un delito, y para Juste “es lo normal, pero no por ello deben dar la espalda. Deberían exigir que las personas que devuelven a la sociedad estén recuperadas”.

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